sábado, 31 de marzo de 2012

En este texto Vicente Melián (ex fotógrafo) nombra a mi tatarabuelo Cipriano y a mi bisabuela Mercedes


Tiempos de hambre y el hombre del saco 


Por Vicente P. Melián
(Ex fotógrafo ambulante, este texto forma parte de sus memorias inéditas)

     Respondo al nombre de Vicente Pérez Melián y nací en Valle de Guerra, término municipal de La Laguna, el 19 de julio de 1924 en el seno de una familia de ocho hermanos, de los cuales tres han fallecido, siendo mis padres Cristóbal Pérez de Armas y Candelaria Melián Pérez. Mi padre nació el 10 de julio de 1883 y falleció el 26 de enero de 1937 a los 54 años; mi madre nació el 15 de marzo de 1888 y falleció el 17 de mayo de 1987 a los 98 años.

1929

     Regresando de bañarnos en el charco de Los Cochinos, en El Apio, llegamos al final de la ladera a nuestra derecha y sobre una loma divisamos a un hombre, a quien le acompañaba un perro, con un palo de unas proporciones a la de su cuerpo que nos llamó, a todos, poderosamente la atención. En esos días corrían por el pueblo comentarios de que andaba un hombre con un saco disimulando pedir limosna, pero que la intención era chuparle la sangre a los niños (Yo creo que estos rumores eran inventados por nuestras madres para que no nos fuésemos a sitios peligrosos). A todos se nos metió el miedo en el cuerpo, como se suele decir, y uno de los mayores del grupo, Fernando Barbuzano Canino (El Sordo), con aquella expresión peculiar que tenía, dirigiéndose al hombre, le gritó: “¡Cho hombre, enséñenos el cochillo”.
Así lo hizo y ¡para qué fue eso! Todos a una salimos disparados vereda arriba, en dirección a los toscales del barranco de las Cuevas, que estaban en unas tierras propiedad de tío Pepe de Armas. Yo era el más pequeño y dado mi raquitismo pesaba poco, así que entre mi hermano José y Francisco Falero Herrara me cogieron en barandillas y, a todo correr, en un santiamén llegamos a los toscales. Ese mismo año Federico Miralles Esteller tenía una churrería en el colgadizo decho Cipriano Roque. Solamente venía los domingos por la tarde, desde la calle de Los Perales en Tacoronte, donde vivía, para hacer los churros. Yo le esperaba sentado en el chaplón (peldaño, grada o escalón) del salón de don José (El Capirote) que estaba situado al comienzo del camino de Lo Márquez. Cuando llegaba salía corriendo a buscar la llave de la puerta de la churrería a Las Ánimas, donde vivía seña Mercedes, la dueña del colgadizo. Mi interés por estos servicios era que el primer churro que hacía como prueba era para mí.

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